TESTAMENTO DE ZABULÓN
Cap. 1
1 Copia (de las palabras) de Zabulón, del
testamento que dio a sus hijos a la edad de ciento catorce años, dos después de
la muerte de José.
2 Les dijo: Oídme, hijos de Zabulón; prestad atención
a la palabra de su padre.
3 Yo soy Zabulón, un buen regalo para mis
padres. Al nacer yo, se enriqueció muchísimo nuestro padre en rebaños de ovejas
y bueyes, ya que consiguió su lote por los bastones de dos colores.
4 No tengo conciencia, hijos míos, de ningún
pecado durante mi vida, salvo de pensamiento.
5 No me acuerdo de ninguna transgresión de la
ley, salvo el pecado de ignorancia cometido contra José, porque determiné con
mis hermanos no decir nada a mi padre de lo sucedido.
6 Mucho lloré en secreto, pues temía a mis hermanos,
ya que habían convenido todos que, si alguien desvelaba el secreto, sería
pasado por la espada.
7 Pero cuando querían acabar con José, les
exhorté con muchísimas lágrimas a que no cometieran tal impiedad.
Cap. 2
1 Habían llegado Simeón y Gad,
airados contra José, dispuestos a aniquilarle. Cayendo de hinojos, éste les
decía:
2 Apiádense de mí, hermanos míos; tengan
compasión de las entrañas de Jacob, nuestro padre. No pongan sus manos sobre mí
para verter sangre inocente, ya que no he faltado contra ustedes.
3 Y si lo hubiera hecho, aplíquenme un
correctivo, pero no levanten sus manos, a causa de Jacob, nuestro padre.
4 Después que, afligido, pronunció estas
palabras, me sentí movido a compasión y comencé a llorar. Mi corazón se
derritió en mi interior, y toda la masa de mis entrañas se reblandeció en mí.
5 Lloraba José, y yo con él; mi corazón
palpitaba con fuerza, las articulaciones de mi cuerpo se descoyuntaron y no
podía tenerme en pie.
6 Viendo José que lloraba yo con él y que los
demás se lanzaban a matarle, se escondió detrás de mí suplicándoles.
7 Rubén intervino así: Hermanos, no lo matemos,
sino arrojémosle a una de esas cisternas secas que cavaron nuestros padres y en
las que no hallaron agua.
8 Pues por esta razón había impedido el Señor
que subiera agua por ellas, para que José pudiera salvarse.
9 Así lo hizo el Señor hasta que vendieron a
José a los ismaelitas.
Cap. 3
1 Hijos míos: yo no tuve parte en el precio de
venta de José.
2 Pero Simeón, Gad y
los otros seis de nuestros hermanos tomaron el dinero de la venta de José y se
compraron sandalias para ellos, sus mujeres e hijos. Dijeron así:
3 No compraremos con él alimentos, ya que es el
precio de la sangre de nuestro hermano, sino que lo pisotearemos con nuestros
pies, pues dijo que iba a reinar sobre nosotros. Así veremos en qué paran sus
ensueños.
4 Por esta razón se halla escrito en el libro
de la Ley de Moisés: “Al que no quiera suscitar descendencia a su hermano,
desátenle las sandalias y escúpanle a la cara”.
5 Los hermanos de José no querían que éste
viviera, por eso el Señor les desató la sandalia que se habían calzado contra
José, su hermano.
6 Pues, llegados a Egipto, fueron los siervos
de José quienes les desataron las sandalias ante la puerta de la ciudad, y así
se arrodillaron ante su hermano, como ante el faraón.
7 No sólo se arrodillaron, sino que fueron
cubiertos de esputos inmediatamente, aún de hinojos ante él. Y así quedaron
confundidos ante los egipcios,
8 pues éstos escucharon luego todas las
maldades que habían hecho a José.
Cap. 4
1 Después de arrojarle a la cisterna se
pusieron a comer.
2 Yo no probé bocado durante dos días con sus noches,
lleno de pena por José. Tampoco Judá comió con ellos, sino que estaba vigilando
el pozo, temeroso de que Simeón y Gad fueran y lo
mataran.
3Viendo que yo no comía, dispusieron que lo
vigilase hasta su venta.
4 Pasó José en la cisterna tres días con sus
noches, y lo vendieron así, hambriento.
5 Se enteró Rubén de que José había sido
vendido en su ausencia, rasgó sus vestiduras y se lamentó con estas palabras: ¿Cómo
podré mirar al rostro de Jacob, mi padre?
6 Tomó el dinero y corrió tras los mercaderes,
pero no halló a ninguno, ya que, dejando el camino principal, habían tomado un
atajo a través del país de los trogloditas.
7 Rubén no comió durante ese día. Se acercó
entonces Dan y le dijo:
8 No llores ni te lamentes, pues se me ha ocurrido
lo que vamos a decirle a nuestro padre.
9 Sacrifiquemos un cabrito, impregnemos con su
sangre el manto de José y digamos: “Mira si es éste el manto de tu hijo”. Y así
lo hicieron,
10 pues cuando iban a vender a José le
despojaron del manto de nuestro padre y lo cubrieron con uno viejo, de un
esclavo.
11 Simeón tenía el manto y no quería
entregárnoslo, pues deseaba rasgarlo con su espada, airado porque José, a quien
no había podido matar, aún vivía.
12 Nos levantamos todos contra él y le dijimos:
Si no nos lo das, diremos que tú solo has cometido esta maldad en Israel.
13 Él lo entregó, y obraron tal como había
dicho Dan.
Cap. 5
1 Ahora, hijos míos, los conmino a que guarden
los mandamientos del Señor, sean misericordiosos con el prójimo y muestren
entrañas de misericordia hacia todos, no sólo hacia los seres humanos, sino
también hacia los irracionales.
2 Por esta razón me ha bendecido el Señor, y
mientras todos mis hermanos han sufrido enfermedades, yo he pasado la vida sin
ellas, pues el Señor conoce el propósito de cada uno.
3 Tengan entrañas de misericordia, hijos míos,
porque tal como obren con su prójimo así actuará el Señor con ustedes.
4 Por ello los hijos de mis hermanos enfermaban
y morían a causa de José, ya que no habían tenido misericordia en sus
corazones.
Mis hijos, por el contrario, se mantuvieron sin
enfermedades, como saben.
5 Cuando estaba en Canaán, en la costa, me
dedicaba a pescar para mi padre Jacob. Muchos se ahogaron en el mar, pero yo no
sufrí daño alguno.
Cap. 6
1 Fui yo el primero que construyó un bote para
navegar en el mar, porque el Señor me dio inteligencia y sabiduría para ello.
2 Puse un madero en la popa e icé una vela en
un tronco recto en medio del bote.
3 Navegando en él por la costa, me dedicaba a
pescar para la casa de mi padre hasta que llegamos a Egipto.
4 Lleno de conmiseración, hacía partícipes de
mi pesca a todos los forasteros.
5 Si encontraba alguno o un enfermo o anciano,
cocía los peces, los preparaba bien y le daba a cada uno según su necesidad,
reuniéndolos y compartiendo sus preocupaciones.
6 Por esta razón, el Señor me otorgaba una
pesca abundante, pues el que comparte con el prójimo recibe muchísimo más del
Señor.
7 Fui pescador durante cinco años, haciendo
partícipe de lo mío a todo ser humano y subviniendo a todas las necesidades de
la casa de mi padre.
8 Durante el verano pescaba, y en el invierno
guardaba los rebaños con mis hermanos.
Cap. 7
1 Ahora les voy a contar lo que hice. Vi a un
hombre sufriendo por su desnudez en invierno. Apiadado de él, sustraje un manto
de mi casa y se lo di ocultamente al que padecía frío.
2 Hijos míos, de lo que el Señor les proporcione,
apiádense de todos, usando misericordia sin distinción y socorran la necesidad
de todo ser humano, con bondad de corazón.
3 Y si en cualquier momento no pueden dar a
quien lo necesita, compadézcanse de él con entrañas de misericordia.
4 Si mi mano no encontraba en algún momento qué
dar al necesitado, le acompañaba durante siete estadios llorando con él, y mis
entrañas se volvían hacia él compasivamente.
Cap. 8
1 Hijos míos, tengan compasión con todo ser
humano en misericordia, para que el Señor, movido también a compasión, se
apiade de ustedes.
2 Porque, en los últimos días, el Señor enviará
su piedad sobre la tierra y habitará
donde encuentre entrañas de misericordia.
3 En tanto el ser humano tenga compasión de su
prójimo, así la tendrá el
Señor.
4 Pues cuando bajamos a Egipto, José no nos
hizo daño alguno, sino que sintió compasión al verme.
5 Acordándose de su comportamiento, no sean resentidos,
hijos míos, sino ámense unos a otros y no anden examinando la maldad de su
hermano.
6 Eso rompe la unidad y desbarata todo
sentimiento de familia, intranquiliza el alma y aniquila la existencia, pues el
resentido no alberga en sí entrañas de misericordia.
Cap. 9
1 Consideren las aguas: cuando marchan por un
mismo cauce, arrastran piedras, leños, tierra y arena.
2 Pero si se divide en múltiples flujos, la
tierra la absorbe y no pasa nada.
3 Si se separan, les ocurrirá lo mismo.
4 No se desvíen en dos cabezas, porque todo lo
que hizo el Señor tiene una sola. Él nos dio dos hombros, dos manos, dos pies,
pero todos los miembros obedecen a una sola cabeza.
5 He leído en las escrituras de mis padres que
en los últimos días se apartarán del Señor, habrá divisiones en Israel,
seguirán a dos reyes diferentes, cometerán toda clase de abominaciones y
adorarán toda suerte de ídolos.
6 Sus enemigos los esclavizarán y vivirán entre
los gentiles con toda clase de enfermedades, tribulaciones y dolores del alma.
7 Pero después se acordarán del Señor, se
arrepentirán, y él los volverá a su tierra, porque es misericordioso y lleno de
piedad; no tiene en cuenta la maldad de los humanos, ya que son carne, y el
espíritu del error los engaña en todas sus acciones.
8 Después el Señor en persona se levantará
sobre ustedes como la luz de la justicia, que lleva en sus alas curación y
misericordia. Él rescatará a los hijos de los hombres de la cautividad de Beliar, y todos los espíritus del error serán hollados.
Hará tornar a todos los pueblos al celo por su causa y verán a Dios (en el
templo) que escogerá el Señor: Jerusalén es su nombre.
9 Volverán a irritarlo con sus malvadas
acciones y serán rechazados hasta el momento de la consumación.
Cap. 10
1 Ahora, hijos míos no se entristezcan por mi
muerte ni queden postrados con mi marcha,
2 pues resurgiré entre ustedes como un guía en
medio de sus hijos. Me alegraré entre los de mi tribu, entre cuantos guardaron
la ley del Señor y los preceptos de Zabulón, su padre.
3 Pero sobre los impíos hará caer Dios un fuego
eterno y los hará perecer para siempre.
4 Ahora corro hacia mi descanso, como mis
padres.
5 Teman al Señor, su Dios, con toda energía durante
todos los días de su vida.
6 Tras haber pronunciado estas palabras, se
durmió con un sueño dulce, y sus hijos lo depositaron en un féretro.
7 Luego, subiéndole a Hebrón, lo enterraron con
sus padres.