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  QUIÉN ES REALMENTE JESUCRISTO
 

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El Dios hecho hombre

  

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios (Juan 1:1-2).

 

En el principio ya existía la palabra de Dios que era el verbo, quien era Jesucristo, y él era Dios.

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vivimos su gloria, gloria como el unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14).

 

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día. Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas unas de otras (Génesis 1:1-6).

 

Cuando Dios dice que se haga la luz se vale del Verbo para ejecutar esta acción, y ya mencionamos que el Verbo era Jesucristo. Y a medida que él hablaba las cosas se iban creando.

 

Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así (Génesis 1:9).

 

Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que la semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así (Génesis 1:11).

 

E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas (Génesis 1:16).

 

Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos (Génesis 1:20).

 

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra (Génesis 1: 26).

 

Cuando Dios dice hagamos al hombre a nuestra semejanza, está hablando en plural, lo cual quiere decir que era el Padre Dios y su hijo el Verbo. El hecho al que se refiere hacer el hombre a imagen quiere decir que sería como Jesucristo físicamente; y semejante a Dios en el sentido que tendría su espíritu, el Espíritu Santo.

 

Por la palabra del Eterno fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca (Salmos 33: 6).

 

Porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió (Salmos 33:9).

 

¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo?

Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que ustedes dicen que es su Dios (Juan 8:53-54).

 

¿Pero ustedes no le conocen; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como ustedes; pero le conozco, y guardo su Palabra. Abraham su padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto les digo: Antes que Abraham fuese, yo soy (Juan 8:55-58).

 

Nadie ha visto jamás a Dios, ni aún los profetas como Moisés, el cual le pidió que le dejase ver su rostro, a lo que Dios respondió que sólo le permitiría ver sus espaldas cuando el pasara.

 

Pero si hemos dicho que el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios, nosotros podemos decir que hemos visto a Dios en su hijo, porque Jesucristo ha dicho: el que me ve a mí a mi padre ve.

 

A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer (Juan 1:18).

 

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? (Juan 1:19).

 

Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de sus padres me ha enviado a ustedes. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? (Éxodo 3:13).

 

Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: el que es me ha enviado a ustedes (Éxodo 3:14).

 

Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: el Eterno, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordarán por todos los siglos (Éxodo 3:15).

 

El que es me ha enviado a ustedes, o sea que se refiere a Dios y Dios entonces ha dicho YO SOY, y es la misma afirmación que Jesucristo ha hecho de sí mismo.

 

Y les dijo: Ustedes son de abajo, yo soy de arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les dije que morirán en sus pecados; porque si no creen que yo soy, en sus pecados morirán (Juan 8:23).

 

Porque no quiero, hermanos, que ignoren que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo (1Corintios 10:1-4).

 

La roca a al cual se hace referencia era el mismo Jesucristo, quien acompañó todo el tiempo a los israelitas en el Éxodo por el desierto, y esta misma roca es el Dios Eterno como lo dice el rey David:

 

Te amo, oh Eterno, fortaleza mía. Eterno, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía en Él confiaré: Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio (Salmos 18:1-2).

 

Escuchen, cielos, y hablaré; Y oiga la tierra los dichos de mi boca. Goteará como la lluvia mi enseñanza; destilará como el rocío mi razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba; porque el nombre del Eterno proclamaré.

 

Engrandecer a nuestro Dios. Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en Él; es justo y recto (Deuteronomio 33:1-4).

 

Se engrosó ese pueblo tan amado; entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación (Deuteronomio 33:15).

 

¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil, si su Roca no la hubiese vendido, y el Eterno no los hubiera entregado? Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca, y aun nuestros enemigos son de ellos jueces. Porque la vid de Sodoma es la vid de ellos, y de los campos de Gomorra; las uvas de ellos son uvas ponzoñosas, racimos muy amargos tienen (Deuteronomio 33:30-32).

 

Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Eterno, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apocalipsis 1:8).

 

Yo y el Padre uno somos (Juan 10:30).

 

Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él (Colosenses 1:16).

 

Así dice el Eterno Rey de Israel, y su Redentor, el Eterno de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios (Isaías 44:6).

 

 

El nacimiento: Yeshúa, Dios el Salvador

 

 

Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elizabet (Lucas 1:5).

 

Elizabet era estéril y de edad avanzada, por lo que Zacarías y su mujer no tenían hijos. Siendo éste sacerdote, le tocó ofrecer en el Santuario el incienso cuando se le apareció un ángel del Señor el cual le anunció el nacimiento de su hijo al que pondría por nombre Juan (Lucas 6:17).

 

Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada. Respondiendo el ángel le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas nuevas buenas.

 

Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo (Lucas 1:18-20).

 

Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa. Después de aquellos días concibió su mujer Elizabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres (Lucas 1:24,25).

 

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.

 

Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.

 

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. (Yeshúa: YHWH es el Salvador)

 

Éste será grande y será llamado hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

 

Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? Pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

 

Y he aquí tu parienta Elizabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios (Lucas 1:26-37).

 

Puesto que Juan el Bautista llevaba seis meses al concebir María, Juan nació seis meses antes que Jesucristo.

 

Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elizabet (Lucas 1:5).

 

En los tiempos de David, éste distribuyó en veinticuatro clases las familias de Aarón, y del mismo modo se distribuyeron por suertes las familias de otros levitas, pues eran demasiados para cumplir como sacerdotes. Recordando que la tribu de Leví era la encargada del sacerdocio y servían en el ministerio de Dios.

 

El primer turno tocó a Joyarib, el segundo a Jedei, el tercero a Harim, el cuarto a Seorim, el quinto a Melquía, el sexto a Maimán, el séptimo a Accos, el octavo a Abías (1 Crónicas 24:7-10).

 

Zacarías pertenecía a la clase de Abías, al cual le había correspondido el octavo turno o suerte, cada turno duraba una semana y un día.

 

Los levitas, pues, y todo Judá ejecutaron puntualmente las órdenes del pontífice Joíada. Y tomó cada uno los hombres que tenía a su mando, así los que venían según el turno para hacer la semana, como los que, cumplida su semana, debían salir, porque el pontífice Joíada no había permitido que se marcharan las compañías que al fin de la semana se sucedían unas a otras (2 Crónicas 23:8).

 

Los turnos de ocho días empezaban la primera semana del primer mes del calendario sagrado judío, como está indicado en el Talmud del pueblo Judío, que es un compendio de leyes civiles y religiosas reunidas a través del tiempo.

 

Dijo también el Eterno a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto: Este mes ha de ser para ustedes el principio de los meses. Será el primero entre los meses del año.

 

Los israelitas comienzan el año civil en otoño, y el año sagrado, según el cual arreglaban las fiestas, en la primavera, en el mes que corresponde a parte de marzo y parte de abril en cuyo tiempo salieron de Egipto.

 

Entonces, cada turno de sacerdotes correspondía a una semana, y empezaban la primera semana del mes (el primer turno la primera semana, el segundo turno la segunda semana).

 

En la tercera semana del calendario hebreo se celebraba la fiesta de la Pascua, la cual empezaba el 14 del primer mes, por lo que había muchos sacrificios que hacer, todos los turnos, los veinticuatro, trabajaban juntos.

 

Entonces la cuarta semana correspondía al tercer turno de sacerdotes, y a Zacarías le tocaba el turno de Abías que era el octavo y que entonces correspondería a la novena semana (principios de junio) y en este mes se celebraba la fiesta del Pentecostés, en la cual volvían a trabajar juntos los veinticuatro turnos de sacerdotes, por lo que a Zacarías le tocó quedarse una semana más. Zacarías terminó su ministerio después de la fiesta del Pentecostés, cubriendo dos semanas, con lo que era la décima semana (mediados o fin de junio).

 

Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa. Después de aquellos días concibió su mujer Elizabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres (Lucas 1:24,25).

 

Si Elizabet concibió a finales de junio, y si sumamos seis meses, hacia el mes de diciembre tenía Elizabet seis meses de embarazo, y tres meses más nació Juan el bautista, hacia fines de marzo en época de Pascua. Y si tenemos en cuenta que Jesucristo fue concebido cuando ella tenía seis meses de embarazo, cuando Juan naciera, Jesús tendría tres meses en el vientre de su madre, por lo que sumando otros seis meses a partir del mes que nació Juan el bautista (fines de marzo), Jesucristo habría nacido a finales de septiembre o principios de octubre.

 

Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón (Lucas 2:7).

 

En el mes que corresponde a fines de septiembre y principios de octubre se celebraba la fiesta de las Trompetas y de los Tabernáculos, y todos celebraban éstas, por lo que se explica que no hubiera lugar en el mesón para José y María.

 

Había pastores en la misma región que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí que se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor.

 

Pero el ángel les dijo: No teman; porque he aquí les doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2:8-11).

 

 
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