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  DANIEL, Bel y el Dragón
 

 

 

 

Daniel es uno de los personajes bíblicos más íntegros y muy amado por Dios, tanto que podemos ver cómo Él se expresa acerca de Daniel en el libro de Ezequiel cuando leemos lo que Dios le dice al profeta:

“Hijo de hombre, cuando la tierra pecare contra mí rebelándose pérfidamente, y extendiere yo mi mano sobre ella, y le quebrantare el sustento del pan, y enviare en ella hambre, y cortare de ella hombres y bestias,  si estuviesen en medio de ella estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia librarían únicamente sus propias vidas, dice el Eterno, el Señor. Y si hiciere pasar bestias feroces por la tierra y la asolaren, y quedare desolada de modo que no haya quien pase a causa de las fieras, y estos tres varones estuviesen en medio de ella, vivo yo, dice el Eterno, el Señor, ni a sus hijos ni a sus hijas librarían; ellos solos serían librados, y la tierra quedaría desolada. O si yo trajere espada sobre la tierra, y dijere: Espada, pasa por la tierra; e hiciere cortar de ella hombres y bestias, y estos tres varones estuviesen en medio de ella, vivo yo, dice el Eterno, el Señor, no librarían a sus hijos ni a sus hijas; ellos solos serían librados. O si enviare pestilencia sobre esa tierra y derramare mi ira sobre ella en sangre, para cortar de ella hombres y bestias, y estuviesen en medio de ella Noé, Daniel y Job, vivo yo, dice el Eterno, el Señor, no librarían a hijo ni a hija; ellos por su justicia librarían solamente sus propias vidas.”

 

El nombre de Daniel se traduce del hebreo como “Dios es mi juez”, bien que más adelante veremos este atributo cumplirse a lo largo de la narrativa en el libro del profeta. Daniel era parte de una familia noble del reino de Judá, que durante el reinado del rey Joaquín, fue llevado cautivo a Babilonia, donde el rey Nabucodonosor había mandado traer a jóvenes del linaje real de los príncipes de Israel para ser instruidos y posteriormente estar al servicio del rey. A parte de Daniel, se menciona a Ananías, Misael y Azarías, los cuales aprendieron el idioma acadio. A los cuatro jóvenes se les cambiaron sus nombres hebreos por nombres babilónicos, a Daniel se le llamó Beltsasar, que significa “Bel protege al rey”, pues era el nombre de la deidad principal de los babilonios. A Ananías se le llamó Sadrac, a Misael, Mesac y a Azarías Abed-nego. Como sus otras deidades.

 

Daniel junto con sus compañeros, dispuso no contaminarse con la comida que se les ofrecía diariamente, pues ellos obedecían estrictamente la ley de Dios y dispusieron en su corazón no beber ni comer de la porción de la comida del rey. El jefe de los eunucos temía que ellos desmejoraran y cuando se presentaran ante el rey, tuviese que dar cuenta por ello. Pero Daniel acordó que por diez días probara traer solo legumbres y agua para beber. Y al cabo de los diez días el rostro de los jóvenes era de aspecto mucho mejor que los demás que degustaban la comida real. Esta acción valió para que Dios les otorgara a Daniel y sus compañeros conocimiento, inteligencia y sabiduría en todo y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños. Pasados tres años fueron presentados ante el rey Nabucodonosor, quien los encontró diez veces mejor que todos los magos y astrólogos en todo su reino respecto a sabiduría e inteligencia.

 

En el segundo año del reinado de Nabucodonosor, el monarca tuvo un sueño que lo dejó perplejo, por lo que convocó a sus astrólogos y expertos en artes adivinatorias, y les exigió interpretasen dicho sueño; para asegurarse de que no hubiera engaño les dijo que había olvidado su propio sueño. Ante esto los caldeos respondieron: “No hay hombre sobre la Tierra que pueda declarar el asunto del rey; además de esto, ningún rey, príncipe ni señor preguntó cosa semejante a ningún mago ni astrólogo ni caldeo. Porque el asunto que el rey demanda es difícil, y no hay quien lo pueda declarar al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne.”

 

Entonces el rey se llenó de ira y mandó matar a todos los sabios de Babilonia, incluyendo a Daniel y sus compañeros, pero él pidió un plazo para poder revelarle el sueño al rey. Daniel y sus compañeros oraron al Dios verdadero y Él le mostró a Daniel el secreto de dicho sueño en una visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo con estas palabras: “Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos. El revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz. A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que te pedimos; pues nos has dado a conocer el asunto del rey.”

 

Daniel después se presentó ante el rey con estas palabras: “El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días.”

 

Daniel no solamente le da la interpretación al rey, sino que le dice cuál había sido el sueño. Nabucodonosor contempló una gran imagen de aspecto terrible de pie ante él. La cabeza de la imagen era de oro, su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido. Él miraba cómo una piedra fue cortada e hirió a la imagen en sus pies y la desmenuzó en su totalidad y sus restos fueron esparcidos por el viento, pero la piedra fue hecha un gran monte que abarcó toda la Tierra.

 

Daniel le explica al rey que él mismo es aquella cabeza de oro y que Dios le ha otorgado esa majestad y le ha dado el reino, el poder y la fuerza. Posteriormente se levantarían otros imperios cada vez inferiores, a saber los medos y los persas, que simbolizan los brazos de plata; el imperio greco-macedonio, el vientre y los muslos de bronce; el imperio romano, las piernas de hierro; y los diez dedos de los pies, los últimos diez reyes que dominarán en la Tierra, una mezcla de naciones del antiguo imperio romano y naciones menos fuertes, la combinación de hierro con barro, al final de los tiempos. “En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.”

 

Esta fue la interpretación que dio Daniel al rey, por lo cual Nabucodonosor se postró sobre su rostro y se humilló ante Daniel, y mandó que le ofreciesen presentes e incienso en agradecimiento, además de nombrarlo con honores y hacerlo gobernador de Babilonia y jefe supremo de todos los sabios, por lo cual Daniel y sus compañeros se encontraban en la corte del rey y permanecieron allí todo el reinado de Nabucodonosor el cual duró 43 años. A su muerte le sucedió Evilmerodac, su hijo. En el primer año de su reinado, en el mes duodécimo, a los veinticinco días del mes, Evilmerodac, sacó de la cárcel al rey de Judá, Joaquín; quien sufrió por treinta y siete años la cautividad impuesta por el rey Nabucodonosor. Evilmerodac, hizo sentar a su mesa al rey Joaquín, todos los días de su vida hasta su muerte. Su reinado solamente duró dos años, pues tras una conspiración palaciega, fue depuesto por el yerno de Nabucodonosor Nebuzaradán de quién se lee también en el libro de Jeremías que era capitán de la guardia del ejército caldeo en la segunda incursión de Nabucodonosor a la ciudad de Jerusalén, cuando el rey de Babilonia mandó degollar a todos los nobles de Judá y sacar los ojos del rey Sedequías, aprisionarle con grillos y llevarle a Babilonia. Al resto del pueblo, Nabuzaradán, los transportó a Babilonia. Nabuzaradán reinó cuatro años y a su muerte le sucedió Nabónido quien fue el último rey del imperio babilónico. Su reinado finalizó con la caída de Babilonia en el año 539 antes de Cristo. ante el rey Darío de Media y el rey Ciro de Persia. En ese momento el rey Nabónido se encontraba ausente del reino, pues estaba en Arabia. Su hijo Belsasar, se había quedado como príncipe regente en la capital del reino cuando sucedió la invasión de los medos y los persas.


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En el capítulo 5 del libro de Daniel leemos esta historia, es de notar que aquí se menciona a Belsasar, quien era hijo de Nabónido, como hijo de Nabucodonosor. El libro de Daniel omite la existencia de Evilmerodac, Nabuzaradán y Nabónido, considerando a Belsasar como hijo de Nabucodonosor. Algunos autores postulan que el término hijo no se utiliza literalmente, sino con el sentido de descendiente y es posible que Nabónido haya legitimado su apropiación del trono mediante su casamiento con Nitocris, una hija de Nabucodonosor y viuda de Nabuzaradán. En el capítulo 3 de Daniel se menciona el episodio del ídolo de oro, cuando los tres compañeros de Daniel son arrojados al horno de fuego por no adorar la estatua, pero son protegidos por Dios; en el capítulo 4, el mismo rey Nabucodonosor da testimonio de cómo fue transformado en bestia y pierde la razón por siete años, hasta que reconoció al Dios de Daniel como aquel que le había dado toda la gloria de su reino.

 

En el capítulo 5 leemos la caída de Babilonia. Retomando el contexto del último rey del imperio babilónico, quien era Nabónido y que se encontraba ausente del reino, en su lugar había quedado su hijo, Belsasar, el cual un día organizó un gran banquete para mil de sus príncipes, en un exceso de vino, concibió en su mente mandar traer los vasos sagrados de oro y plata que Nabucodonosor había traído del templo de Jerusalén para beber en ellos, él, sus príncipes, sus mujeres y concubinas, profanando los utensilios sagrados, alabaron a sus dioses y por esta causa Dios mandó un juicio esa misma noche.

 

Ocurrió una aparición sobrenatural de unos dedos de mano de hombre que escribían en la pared del palacio real, el cual se encontraba alumbrado por el candelero, en la pared se leía: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN. Al presenciar semejante acontecimiento, el rey palideció, se debilitaron sus fuerzas y sus rodillas daban una contra la otra. De inmediato mandó llamar a gritos a magos, caldeos y adivinos, diciendo: cualquiera que lea esta escritura y muestre su interpretación será vestido de púrpura, llevará un collar de oro en su cuello y será el tercero al mando del reino. Del mismo modo que aconteció con el rey Nabucodonosor, no se encontró quién pudiese interpretar aquello escrito en la pared, pero la reina se acordó de Daniel y lo hizo traer ante el rey, el cual le dijo: ¿Eres tú aquel Daniel de los hijos de la cautividad de Judá, que mi padre trajo de Judea? Yo he oído de ti que el espíritu de los dioses santos está en ti, y que en ti se halló luz, entendimiento y mayor sabiduría. Si ahora puedes leer esta escritura y darme su interpretación, serás vestido de púrpura, y un collar de oro llevarás en tu cuello, y serás el tercer señor en el reino. Entonces Daniel respondió y dijo delante del rey: Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros. Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación. El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza, la gloria y la majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaban y temían delante de él. A quien quería mataba, y a quien quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba.

 

Mas cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria. Y fue echado de entre los hijos de los hombres, y su mente se hizo semejante a la de las bestias, y con los asnos monteses fue su morada. Hierba le hicieron comer como a buey, y su cuerpo fue mojado con el rocío del cielo, hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place. Y tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto; sino que contra el Señor del cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas, bebieron vino en ellos; además de esto, diste alabanza a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y a quien pertenecen todos tus caminos, nunca honraste.

 

Entonces de su presencia fue enviada la mano que trazó esta escritura. Y la escritura que trazó es: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN. Esta es la interpretación del asunto: MENE: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. TEKEL: Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto. PERES: Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas. Entonces mandó Belsasar vestir a Daniel de púrpura, y poner en su cuello un collar de oro, y proclamar que él era el tercer señor del reino. La misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos. Y Darío de Media tomó el reino, siendo de sesenta y dos años.

 

En el capítulo 6 del libro de Daniel sigue la narrativa de la estancia del profeta en Babilonia, que ahora viene a formar parte del imperio medo-persa. El rey Darío nombra a ciento veinte sátrapas para gobernar su reino y sobre ellos tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno de ellos. Los gobernadores y sátrapas tenían envidia de Daniel a causa de que el rey pensaba ponerlo a cargo de todo su reino, ya que él era superior a todos ellos y buscaban la ocasión para hallar alguna falta, pero sin tener éxito en ello. Esto los condujo a un plan elaborado, el cual consistía en exponer a Daniel respecto a su fe. Se presentaron delante del rey y le propusieron promulgar un edicto irrevocable de que cualquiera que demandase alguna petición de cualquier dios u hombre que no fuera el rey, sería arrojado al foso de los leones.

 

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Pero Daniel, lejos de intimidarse por tal decreto, entró en su casa y abiertas las ventanas de su cuarto que miraban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día en oración delante de su Dios, tal como lo hacía cotidianamente. Esto fue sabido por Darío, que Daniel, el cual era de los hijos de los cautivos de Judá, no le daba el debido respeto ni acataba su ley. A pesar que Darío tenía aprecio por Daniel y sentía gran peso por la implicación del asunto, no pudo hacer nada para librarlo debido a las amenazas de aquellos hombres.

 

Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones. Y el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre. Y fue traída una piedra y puesta sobre la puerta del foso, la cual selló el rey con su anillo y con el anillo de sus príncipes, para que el acuerdo acerca de Daniel no se alterase. Por la mañana Darío se levantó y fue al foso de los leones, llamando a Daniel con voz triste: Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones?

 

Entonces Daniel respondió al rey: Oh rey, vive para siempre. Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo. Entonces se alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del foso; y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios.

 

Y dio orden el rey, y fueron traídos aquellos hombres que habían acusado a Daniel, y fueron echados en el foso de los leones ellos, sus hijos y sus mujeres; y aún no habían llegado al fondo del foso, cuando los leones se apoderaron de ellos y quebraron todos sus huesos. Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra: Paz les sea multiplicada. De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin. El salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones. Y este Daniel prosperó durante el reinado de Darío y durante el reinado de Ciro el persa.

 

Para este tiempo Daniel ya no era el joven que había llegado a Babilonia, pues tendría ya unos 85 años. Pero esta no fue la única ocasión que Daniel fue arrojado en el foso de los leones. En el libro Bel y el dragón, se describe una historia similar, la narrativa comienza con una introducción señalando que a la muerte del rey medo Astiages, Ciro ocupa su lugar, esto tiene lugar aproximadamente en el año sexto del reinado de Nabónido en Babilonia y antes de su conquista. Después continúa la historia siendo ya Ciro, rey sobre Babilonia. Así comienza el libro:

 

“Cuando murió el rey Astiages, fue sepultado junto a la tumba de sus antepasados. Ciro, rey de Persia, ocupó su lugar. Daniel era una de las personas a quien el rey Ciro más apreciaba y en quien más confiaba. Los babilonios adoraban a un ídolo llamado Bel, y todos los días le presentaban una ofrenda. Le llevaban seiscientos kilos de harina fina, cuarenta ovejas y ciento treinta litros de vino. El rey iba todos los días a adorar a Bel; pero Daniel adoraba a su Dios. Por eso, un día el rey le preguntó a Daniel: ¿Por qué no adoras a Bel? Daniel le respondió: Yo no adoro ídolos hechos por la gente. Yo sólo adoro al Dios vivo, que ha hecho el cielo y la tierra, y es el dueño de toda la humanidad.

 

¿Así que no crees que Bel sea un dios verdadero? preguntó el rey. ¿No has visto lo que come y bebe todos los días? Entonces Daniel se empezó a reír, y le dijo al rey: Su majestad, no se engañe a usted mismo. Ese ídolo está hecho de barro por dentro, y cubierto de bronce por fuera. ¡Nunca ha comido nada! El rey se enojó tanto que mandó llamar a los sacerdotes de Bel y les advirtió: Si ustedes me convencen de que Bel se come las ofrendas que traemos, Daniel morirá por hablar mal contra nuestro dios. Pero si Bel no se las come, deben decirme quién lo hace. De lo contrario, morirán. Daniel estuvo de acuerdo, y dijo: Muy bien; hagamos lo que el rey dice. Los sacerdotes de Bel eran setenta, sin contar a sus mujeres y a sus niños.

 

Entonces el rey y Daniel fueron al templo de Bel, y allí los sacerdotes le dijeron al rey: Nosotros saldremos del templo. Su majestad pondrá la comida y el vino delante de Bel, cerrará con llave la puerta, y luego pondrá en ella el sello de su anillo. Si mañana usted regresa y Bel no se ha comido nada, nosotros moriremos. Pero si se comió todo, Daniel morirá por habernos acusado con mentiras. Los sacerdotes no estaban preocupados, pues debajo de la mesa donde se ponía la comida para Bel, habían hecho un túnel secreto, y por allí entraban a comerse la comida del ídolo. En cuanto salieron los sacerdotes, el rey colocó la comida delante de Bel. Por su parte, Daniel les ordenó a sus sirvientes que regaran ceniza en todo el piso del templo. Sólo el rey se dio cuenta de eso. Luego, salieron, cerraron la puerta con llave y la sellaron con el anillo del rey, y se fueron.

 

Esa noche, como lo hacían siempre, llegaron los sacerdotes, con sus mujeres y sus hijos, y se comieron los alimentos. Al día siguiente, el rey y Daniel se levantaron muy temprano y fueron al templo. Entonces el rey le preguntó a Daniel: ¿Alguien ha roto los sellos y entrado por la puerta? No majestad, respondió Daniel. Nadie lo hizo. En cuanto abrieron la puerta, el rey vio la mesa vacía, y gritó: ¡Bel, qué grande eres! ¡Tú no engañas a nadie! Daniel se empezó a reír y, sin dejar que el rey entrara, le dijo: ¡Mire usted, majestad! ¿De quién son esas huellas? El rey respondió: Parecen huellas de hombres, mujeres y niños. Entonces el rey se puso furioso, y ordenó que apresaran a los sacerdotes junto con sus familias. Ellos le enseñaron al rey el túnel secreto, por donde entraban para comer los alimentos presentados al ídolo. El rey mandó que los mataran, y entregó el ídolo a Daniel, quien lo destruyó con todo y templo. En Babilonia había un gran dragón al que adoraban todos los habitantes de la ciudad. Entonces el rey le dijo a Daniel: No me vas a decir que éste es un dios de bronce. Éste sí está vivo, pues come y bebe. Así que debes adorarlo. Pero Daniel le respondió: Yo sólo adoro al Dios de Israel, porque es mi Dios y vive para siempre. Si su majestad me da permiso, yo mataré a ese dragón sin hacer uso de arma alguna.

 

El rey le dijo: Está bien; te doy permiso. Entonces Daniel tomó un poco de brea, grasa y pelos, y los cocinó. Con eso hizo una masa y se la dio a comer al dragón. El dragón se la comió y reventó. Entonces Daniel dijo: ¡Eso es lo que ustedes adoraban! Cuando los babilonios se enteraron de lo que había pasado con el dragón, se enojaron muchísimo, se rebelaron contra el rey, y gritaron: ¡El rey se hizo judío! ¡Hizo pedazos a nuestro dios Bel, mató al dragón y a los sacerdotes! Luego fueron a donde estaba el rey y le ordenaron: ¡Entréganos a Daniel! De lo contrario te mataremos a ti y a tu familia. Cuando el rey vio que hablaban en serio, les entregó a Daniel.


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La gente tomó a Daniel y lo echó a una cueva en donde había siete leones. Todos los días alimentaban a esos leones con dos personas y dos ovejas, pero ese día no les dieron de comer, para que devoraran a Daniel. En ese mismo día, el profeta Habacuc, que vivía en Judea, estaba preparando comida. Él puso unos panes en una canasta para llevárselos a los hombres que estaban en el campo recogiendo la cosecha de trigo. Fue entonces cuando se le apareció un ángel de Dios y le ordenó: Llévale esa comida a Daniel, que está en Babilonia, en la cueva de los leones. Pero Habacuc le respondió: Señor, si no conozco dónde está Babilonia, ¿cómo voy a encontrar esa cueva? El ángel de Dios lo agarró de los cabellos, y se lo llevó a Babilonia, justo a donde estaba la cueva.

 

Entonces Habacuc gritó: ¡Daniel, Daniel! Dios te envía esta comida; tómala. Daniel respondió: ¡Dios mío, te acordaste de mí y no me abandonaste, pues yo te amo! Luego se levantó y comió. Mientras tanto, el ángel de Dios tomó al profeta y lo llevó de regreso a Judea. Pasaron seis días, y al séptimo día, el rey fue a la cueva a llorar por Daniel. Y cuando se acercó, vio que allí estaba Daniel sentado. Entonces gritó: ¡Qué grande eres, Dios de Daniel! ¡Tú eres el Dios verdadero! El rey ordenó que sacaran a Daniel de la cueva, y echaran allí a los que querían matarlo. Los leones se los comieron de inmediato, en la misma presencia del rey.

 

 

 

 
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