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  Testamento de José
 

 

 

TESTAMENTO DE JOSÉ

 

Cap. 1

 

1 Copia del testamento de José. Cuando iba a morir, convocó a sus hijos y hermanos y les dijo:

 

2 Hijos y hermanos míos: escuchen a José, el amado de Israel; presten oídos, hijos, a su padre.

 

3 Yo vi en mi vida la envidia y la muerte, pero no me desvié por la fidelidad del Señor.

 

4 Mis hermanos me odiaron, pero el Señor me amó; ellos quisieron matarme, pero el Dios de mis padres me guardó. A una cisterna me bajaron, pero el Altísimo me sacó.

 

5 Fui vendido como esclavo, pero el Señor me liberó. Fui llevado a la cautividad, pero su mano poderosa me ayudó. Me sentí agobiado por el hambre, pero el Señor me alimentó.

 

6 Estuve solo, pero Dios me consoló; estaba enfermo, pero el Altísimo me visitó. Yacía encarcelado, pero el Salvador se apiadó de mí. Entre grilletes estaba, pero él me desató.

7 Me vi rodeado de calumnias, pero él me defendió; entre terribles palabras de los egipcios, pero él me salvó; entre las envidias de mis consiervos, pero él me exaltó.

 

Cap. 2

 

1 El chambelán del faraón me confió la administración de su casa.

 

2 Luché contra una mujer desvergonzada que me impulsaba a pecar con ella. Pero el Dios de Israel, mi padre, me guardó de la ardiente llama.

3 Sufrí prisión, golpes e improperios, pero el Señor me hizo hallar misericordia ante los carceleros.

 

4 Pues no abandona a quienes le temen en tinieblas, cadenas, angustias o necesidades.

 

5 Pues Dios no siente vergüenza como un hombre, ni se aterroriza como un ser humano, ni, como un terrestre, siente debilidad o es rechazado,

 

6 sino que está presente en todas partes, de diversas maneras ofrece su consuelo. Se aparta brevemente para probar los propósitos del alma.

7 En diez pruebas me halló fiel, en medio de todas ellas conservé mi buen ánimo. Porque gran remedio es la perseverancia, y muchos bienes proporciona la paciencia.

 

Cap. 3

1 ¡Cuántas veces me amenazó la egipcia con la muerte! ¡Cuántas veces, tras haberme castigado, me llamó a su lado y me cubrió de amenazas porque no quería yacer con ella! Me decía:

 

2 Serás el dueño de mi persona y de todas mis cosas si te entregas a mí. Tú serás como nuestro señor.

 

3 Pero yo me acordaba de las palabras de mi padre Jacob y, encerrado en mi cámara, elevaba mis plegarias al

Señor.

4 Ayuné durante aquellos siete años, aunque aparecía ante los egipcios como quien vive entre delicias, porque los que ayunan por el Señor reciben una faz agraciada.

5 Si mi señor salía de casa, no bebía vino. Durante tres días no tomaba alimento, sino que lo repartía entre los pobres y enfermos.

6 Madrugaba para rogar al Señor y derramaba lágrimas por la egipcia, la menfita, que continuaba molestándome. Incluso por la noche entraba en mi casa con la disculpa de visitarme.

 

7 Al principio, puesto que no tenía ningún descendiente varón, fingía considerarme como hijo. Pero yo rogué al Señor, y dio a luz un varón.

8 Durante el tiempo en que me abrazaba como un hijo, no percibí sus intenciones. Pero, finalmente, quiso arrastrarme a la fornicación.

9 Cuando caí en la cuenta, me entristecí hasta la muerte. Cuando no estaba ella presente, me recogía interiormente y hacía duelo por ella durante muchos días, puesto que había percibido sus intenciones engañosas y su error.

10 Le hablaba con palabras del Altísimo por ver si se convertía de su mal deseo.

 

Cap. 4

 

1 ¡Cuántas veces me aduló con sus palabras tratándome como varón santo, alabando con engañosas palabras mi castidad ante su marido, pero deseando, cuando estaba sola, seducirme!

 

2 Me alababa públicamente como casto varón, pero en privado me decía: No temas a mi marido: está convencido de tu castidad. Si alguien le habla sobre nosotros, no lo creerá.

 

3 Mientras esto ocurría, yo dormía en el suelo, vestido de saco, y suplicaba a Dios que me librara de la egipcia.

 

4 Como no conseguía nada, volvió a frecuentarme con la disculpa de la instrucción, para escuchar la palabra del Señor.

5 Me decía: Si quieres que abandone los ídolos, únete conmigo, y yo persuadiré al egipcio para que deje los ídolos, caminando ambos en la ley del Señor.

 

6 Yo le respondía: Dios no desea que sus adoradores vivan en la impureza ni se complace en los adúlteros.

 

7 Pero ella guardaba silencio, anhelando satisfacer su deseo.

 

8 Yo, por mi parte, añadía ayunos sobre plegarias para que el Señor me librara de ella.

 

Cap. 5

 

1Otra vez me habló así: Si no quieres cometer adulterio, yo mataré al egipcio y así te tomaré legalmente como marido.

 

2 Cuando oí sus palabras, desgarré mis vestiduras y respondí: Mujer, teme al Señor y no pongas por obra esa malvada acción, no sea que perezcas. Mira que voy a descubrir a todos tu impío propósito.

 

3 Llena de temor, me pidió que no contara a nadie su maldad.

 

4 Se marchó de allí, y procuraba regalarme con dones, obsequiándome con toda clase de delicadezas.

 

Cap. 6

 

1 Me envió alimentos mezclados con pócimas mágicas.

 

2 Pero cuando entró el eunuco que las portaba, levanté mis ojos y contemplé a un hombre terrible que me ofrecía una espada junto con la bandeja. Comprendí entonces que sus cuidados pretendían seducir mi alma.

 

3 Saliendo fuera, rompí en llanto, sin gustar ni aquel ni ningún otro de sus alimentos.

4 Al día siguiente vino ella, vio la comida y me dijo: ¿Por qué no comes esos alimentos? Le respondí:

 

5 Porque los has llenado de muerte. ¿Cómo has podido decir: Ya no me acerco a los ídolos, sino sólo al Señor?

 

6 Sábete que el Dios de mis padres me ha revelado por un ángel tu maldad. He guardado la comida para que te convenzas, por si viéndola te arrepientes,

 

7 y para que aprendas que la maldad de los impíos nada puede contra los que adoran a Dios en castidad. Tomé la comida delante de ella, comí y añadí: El Dios de mis padres y el ángel de Abrahán estarán conmigo.

 

8 Cayó ella sobre su rostro a mis pies y comenzó a llorar. La levanté y la reprendí.

 

9 Ella me prometió no cometer más esa impiedad.

 

Cap. 7

 

1 Pero como su corazón continuaba prendado del mío con ánimo impuro, quedó postrada gimiendo continuamente.

2 Viéndola el egipcio, le dijo: ¿Por qué tienes un rostro tan decaído? Le respondió: Tengo una pena en el corazón y los gemidos de mi espíritu me angustian. Él procuraba aliviarla, aunque no estaba enferma.

3 Una vez saltó hacia mí, cuando su marido estaba fuera, y me dijo: Me ahorcaré, me arrojaré a un pozo o a un precipicio si no te unes a mí.

 

4 Dándome cuenta que el espíritu de Beliar la molestaba, elevé una súplica al Señor y le dije:

 

5 ¿Para qué te turbas y alborotas cegada por el pecado? Recuerda que, si te matas, Setó, la concubina de tu marido, tu rival, golpeará a tus hijos y hará perecer tu memoria sobre la tierra.

 

6 Me respondió: ¡Ea, ámame! Me basta que te preocupes de mí y de mis hijos; tengo la esperanza de gozar de mi deseo.

 

7 Pero ella no sabía que yo había hablado así por Dios, no por ella.

8 Pues si un hombre cede a la pasión de un malvado deseo y queda esclavizado como aquélla, aunque oiga alguna cosa buena, lo toma como dicho en pro de la pasión y el mal deseo que le subyuga.

 

Cap. 8

1 Les aseguro, hijos míos, que eran aproximadamente las tres de la tarde cuando ella salió de mi presencia. Entonces doblé mis rodillas ante el Señor toda aquella tarde y continué durante la noche. Me levanté por la mañana derramando lágrimas y suplicando mi liberación de la egipcia.

2 Pero, al final, ella me tomó por mis vestidos y me arrastró por la fuerza al lecho.

 

3 Cuando vi que en su locura agarraba con fuerza mis vestidos, huí desnudo.

 

4 Ella me calumnió y el egipcio me envió al calabozo en su propia casa. Al día siguiente ordenó flagelarme y me envió a la cárcel del faraón.

5 Cuando estaba entre grilletes, la egipcia enfermaba de pena y escuchaba cómo entonaba yo himnos al Señor en aquella casa tenebrosa y cómo con alegre voz alababa gozosamente a mi Dios, aunque sólo fuera porque con aquel pretexto me había visto libre de la egipcia.

 

Cap. 9

 

1 Muchas veces me envió un mensajero con estas palabras: Ten a bien cumplir mi deseo y te libraré de tus ligaduras y te sacaré de esas tinieblas.

 

2 Mas ni siquiera con el pensamiento cedí ante ella, pues Dios prefiere a un varón continente que ayuna en una lóbrega mazmorra a otro que vive disolutamente entre delicias en las cámaras reales.

3 El que pasa su vida castamente desea también la gloria correspondiente, y si el Altísimo piensa que le conviene, se la concede como a mí.

 

4 ¡Cuántas veces, incluso enferma, bajaba a mi prisión a tempranas horas y escuchaba mi voz entonando plegarias! Pero yo, sintiendo sus gemidos, mantenía silencio.

 

5 Cuando yo estaba en su casa, ella descubría sus brazos, su pecho y las piernas para que yaciera con ella. Era muy hermosa y se adornaba con esmero para seducirme, pero el Señor me protegía de sus intentos.

 

Cap. 10

 

1 Ved ahora, hijos míos, qué cosas obran la paciencia y la plegaria unidas al ayuno.

2 Si se esfuerzan en ser castos y puros con paciencia y humildad de corazón, el Señor habitará en ustedes, ya que ama la castidad.

 

3 Donde el Señor está presente, aunque alguien caiga en envidia, esclavitud, calumnia o cárcel, el Señor que habita en él por la castidad no sólo le salvará de los males, sino que lo exaltará y lo honrará como hizo conmigo,

 

4 pues oprimen al hombre en obras, palabras o en el pensamiento.

 

5 Mis hermanos saben cómo me amaba mi padre y cómo no me ensoberbecí en mi corazón. Aunque era joven, mantenía el temor de Dios en mi mente, pues sabía que todo pasa.

6 Me comportaba mesuradamente y honraba a mis hermanos. Por temor a ellos guardaba silencio mientras era vendido y no descubrí a los ismaelitas mi linaje, que era hijo de Jacob, un hombre grande y poderoso.

 

Cap.11

1 Mantengan, pues, ante sus ojos en todas las acciones el temor de Dios y honren a sus hermanos, pues todo aquel que cumple la ley del Señor será amado por él.

2 Cuando llegué con los ismaelitas a tierra de indocolpitas, me preguntaban: ¿Eres esclavo? Respondía: Soy un siervo nacido en casa de mis dueños. De este modo no dejaba en vergüenza a mis hermanos.

3 Pero el mayor de entre ellos me replicó: Tú no eres siervo, porque tu apariencia te delata. Y me amenazó hasta con darme muerte. Pero yo insistía en que era esclavo.

4 Cuando llegamos a Egipto, disputaban entre sí quién iba a dar el dinero y llevarme.

5 Por ello les pareció a todos bien que permaneciera yo en Egipto con el tratante de sus géneros hasta que ellos volvieran trayendo más mercancía.

6 Pero el Señor me hizo hallar gracias a los ojos del mercader, quien me confió la administración de su casa,

7 y el Señor lo bendijo por mi mano y lo colmó de plata y oro.

 

8 Permanecí con él tres meses y cinco días.

 

Cap. 12

 

1 Por aquel tiempo pasó por allí, en carroza con gran boato, la menfita, la mujer de Pentefrés, y puso sus ojos en mí, ya que sus eunucos le habían hablado de mí.

2 Ella habló a su marido acerca del mercader, cómo se había enriquecido por obra de un joven hebreo y cómo se decía que había sido robado furtivamente de la tierra de Canaán.

3 Pero ahora hazle justicia; toma al joven y llévalo a tu casa. El Dios de los hebreos te bendecirá, porque la gracia del cielo está sobre él.

 

Cap. 13

 

1 Pentefrés, persuadido por estas palabras, mandó traer al mercader y le dijo: ¿Qué es eso que oigo: que robas gente de la tierra de los hebreos para venderla como esclava?

 

2 Cayó el mercader de hinojos y le suplicaba con estas palabras: Te lo ruego, señor; no sé lo que estás diciendo.

 

3 Él respondió:¿De dónde has sacado, pues, el esclavo hebreo? Replicó el otro: Los ismaelitas me lo dejaron aquí hasta su vuelta.

 

4 Pero Pentefrés no le creyó, sino que ordenó que lo desnudaran y lo flagelasen. Pero, como aquél persistiera en sus palabras, dijo Pentefrés: ¡Que traigan al joven!

 

5 Cuando me trajeron me hinqué de rodillas ante el jefe de los eunucos, pues éste era el tercero en dignidad después del faraón; mandaba sobre los eunucos y tenía mujer, hijos y concubinas.

6 Separándome del mercader, me preguntó: ¿Eres esclavo o libre? Respondí: Esclavo.

 

7 Añadió: ¿De quién eres esclavo? Respondí a mi vez: De los ismaelitas.

 

8 De nuevo me dijo: ¿Cómo fuiste hecho esclavo? Respondí: Me compraron en la tierra de Canaán.

 

9 No me creyó, afirmando que mentía. Y ordenó que me desnudasen y flagelasen.

 

Cap. 14

 

1 La menfita, por su parte, contemplaba desde una ventana cómo me golpeaban. Envió entonces un mensajero a su marido con estas palabras: Tu sentencia es injusta, porque a un libre robado lo estás castigando como si hubiera delinquido.

 

2 Como yo no cambiaba mi declaración a pesar de los golpes, ordenó que me encarcelaran hasta que vinieran, dijo, los dueños del esclavo.

3 Su mujer le habló así: ¿Por qué mantienes como prisionero a ese joven de noble cuna, que debería más bien estar libre y servirte?

 

4 Ella deseaba verme a causa de su pecaminoso deseo.

5 Pentefrés dijo a la menfita: No es lícito entre los egipcios apoderarse de lo ajeno antes de presentarse las pruebas.

 

6 Esto lo dijo por el mercader. En cuanto a mí, estimó necesario que permaneciera en la cárcel.

 

Cap. 15

 

1 Veinticuatro días después llegaron los ismaelitas. Habían oído que Jacob, mi padre, hacía luto por mí. Me dijeron:

 

2 ¿Por qué afirmaste que eras esclavo? Resulta que hemos sabido que eres hijo de un hombre importante de la tierra de Canaán. Tu padre hace luto por ti cubierto de saco.

 

3 Deseé entonces echarme a llorar, pero me contuve para no avergonzar a mis hermanos. Dije: No sé nada. Soy esclavo.

 

4 Tomaron entonces la determinación de venderme para que no fuera hallado en sus manos.

 

5 Temían que Jacob tomara de ellos terrible venganza, ya que habían oído que era grande ante el Señor y los hombres.

 

6 Les dijo entonces el mercader: Líbrenme del juicio de Pentefrés.

 

7 Se acercaron y me rogaron que dijera: “Fue vendido a nosotros por una cierta suma”; así Pentefrés nos dejará libres.

 

Cap. 16

 

1 La menfita indicó a su marido que me comprara. Le dijo: Tengo oído que lo venden.

 

2 Envió un eunuco a los ismaelitas, pidiendo que me pusieran en venta. Así, pues, el chambelán llamó a los ismaelitas y les pidió que me vendieran.

 

3 Pero como no quería tratar con ellos, se retiró. El eunuco les consultó e indicó a la dueña: Piden un precio muy elevado por el esclavo.

 

4 La menfita envió a un segundo eunuco con estas instrucciones: Aunque pidan por él dos minas de oro, no trates de ahorrar dinero; compra al esclavo y tráemelo.

5 El eunuco les dio por mí ochenta monedas de oro, aunque dijo a la egipcia que les había entregado cien.

 

6 Yo lo vi, pero guardé silencio, para que no castigaran al eunuco.

 

Cap. 17

 

1 Vean, hijos míos, cuánto soporté para no cubrir de vergüenza a mis hermanos.

 

2 Ustedes, pues, ámense unos a otros y oculten mutuamente sus debilidades con magnanimidad.

3 Pues Dios se complace en la buena armonía entre los hermanos y en el propósito del corazón que encuentra su agrado en el amor.

4 Cuando llegaron mis hermanos a Egipto, supieron que yo les había devuelto su dinero y que no los había cubierto de insultos, sino que los había consolado.

5 Tras la muerte de Jacob, los amé más intensamente e hice aún más de lo que él había ordenado, y se llenaron de admiración.

 

6 No permití que se sintieran molestos ni por la más pequeña cosa y les di todo lo que estaba en mi mano.

7 Sus hijos eran los míos, y mis hijos, como siervos suyos. Su alma era la mía, y cualquier dolor suyo, como si fuera mío; toda debilidad de su parte era como enfermedad mía. Mi tierra era la de ellos, y mis propósitos, los suyos. No me ensoberbecí orgullosamente entre ellos por mi gloria mundana, sino que fui entre ellos como uno de los más pequeños.

 

Cap. 18

 

1 Si proceden pues, según los mandamientos del Señor, hijos míos, él los exaltará aquí en la tierra y los bendecirá con bienes para siempre.

2 Si alguno quiere hacerles daño, ruega por él con afán de hacer el bien, y el Señor los librará de todo mal.

3 Vean, pues, que por mi magnanimidad tomé como esposa a la hija de mis señores, y me la dotaron con cien talentos de oro, ya que el Señor los hizo siervos míos.

 

4 El mismo Señor me dio hermosura, como una flor, superior a la de los más hermosos de Israel. Él me guardó hasta la vejez con fuerza y belleza, porque yo soy en todo semejante a Jacob.

 

Cap. 19

1 Oigan también, hijos míos, los sueños que he tenido.

2 Doce ciervos estaban pastando: nueve estaban divididos y dispersos por la tierra e igualmente también los otros tres.

8 Vi que de Judá nacía una doncella adornada con un vestido de lino. De ella procedía un cordero, que a su izquierda tenía algo como un león. Todas las fieras se lanzaron contra él, pero el cordero las venció y las aniquiló bajo sus pies.

9 Se alegraron en él los ángeles, los hombres y toda la tierra.

10 Todo ello ocurrirá a su debido tiempo, en los últimos días.

11 Hijos míos, guarden los mandamientos del Señor y honren a Judá y a Leví, porque de ellos surgirá para ustedes el cordero, que salvará a Israel.

12 Pues su reino es eterno, nunca pasará; pero mi reino entre ustedes llegará a su fin como cobertizo durante la cosecha, que no subsiste después del verano.

 

Cap. 20

 

1 Sé que tras mi muerte los egipcios los afligirán. Pero el Señor será su vengador y los conducirá a la tierra prometida a sus padres.

2 Lleven también mis huesos con ustedes, porque durante su transporte el Señor estará con ustedes con una luz, mientras que Beliar permanecerá con los egipcios en tinieblas.

3 Suban también a Zelfa, su madre, y colóquenla cerca de Bala, junto a Raquel, en el hipódromo.

4 Tras haber dicho todo esto, estiró sus pies y durmió el sueño eterno.

 

5 Hicieron gran duelo por él Israel y Egipto,

 

6 pues también se compadeció e hizo beneficios a los egipcios como a miembros suyos, ayudándoles con toda clase de obras, consejos y acciones.

 

 
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