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  Testamento de Simeón
 

TESTAMENTO DE SIMEÓN

 

Cap. 1

 

1 Copia de las palabras de Simeón, tal como habló a sus hijos antes de morir, tras cumplir ciento veinte años, época en la que murió José.

 

2 Sus hijos fueron a visitarle durante su enfermedad. Haciendo acopio de fuerzas, se incorporó, los besó y les habló así:

 

Cap. 2

 

1 Escuchen, hijos, a Simeón su padre, oigan cuanto encierra mi corazón.

 

2 Yo fui el segundo hijo de Jacob; mi madre, Lía, me llamó Simeón porque el Señor escuchó su plegaria.

 

3 Me crié fuerte en extremo, no me retraje ante ninguna acción, ni sentí temor ante ningún trabajo.

 

4 Mi corazón era duro, mi pecho indomable y mis entrañas sin piedad.

 

5 (Porque el Altísimo otorga la valentía tanto a las almas como a los cuerpos de los hombres.)

 

6 Por aquel entonces tenía yo celos de José porque nuestro padre lo amaba,

 

7 y mi cólera se afianzaba en la idea de aniquilarlo. El príncipe del error, enviándome el espíritu de la envidia, había obcecado mi mente, dispuesta a no considerarle como hermano ni a tener piedad de Jacob, mi padre.

 

8 Pero su Dios y de sus padres envió a su ángel y lo salvó de mis manos.

 

9 Cuando yo me dirigía a Siquém, a llevar un ungüento para los rebaños, y Rubén a Dotaín, donde se encontraba nuestro depósito de útiles y vituallas, Judá mi hermano vendió a José a los ismaelitas.

 

10 Llegó Rubén y se entristeció, pues pretendía salvarlo para conducirlo a su padre.

 

11 Yo, en cambio, me irrité contra Judá por haberle dejado vivo y pasé cinco meses enfadado con él por este motivo.

 

12 Pero el Señor me frenó y me impidió el uso de mis manos: mi diestra

estuvo casi seca durante siete días.

 

13 Supe entonces, hijos míos, que me había ocurrido esto por José. Arrepentido, prorrumpí en lágrimas y rogué al Señor que me restituyera mi mano y me viera libre de toda impureza, envidia e insensatez.

 

14 Supe, pues, que por envidia había intentado cometer una mala acción a los ojos del Señor y de mi padre, Jacob, contra José, mi hermano.

 

Cap. 3

 

1 Hijos míos, guardaos de los espíritus del error y de la envidia.

 

2 Ésta se adueña del pensamiento entero de los hombres y no les permite comer, beber ni practicar obra buena.

 

3 La envidia sugiere en todo momento la destrucción del objeto envidiado. Éste florece por doquier, pero el envidioso se marchita.

 

4 Durante dos años afligí mi alma con ayunos por temor al Señor: comprendí que la liberación de la envidia sólo se procura por el temor de Dios.

 

5 Si alguien se refugia en el Señor, huye de él el mal espíritu y su mente se torna más ágil.

 

6 Desde ese momento simpatiza con el envidiado, no condena a los que le quieren bien y se ve así libre de la envidia.

 

Cap. 4

 

1 Mi padre preguntaba continuamente por mí, porque me veía con un rostro entristecido, a lo que yo respondía: Me duele el hígado.

 

2 Yo tenía más pena que nadie porque era el causante de la venta de José.

 

3 Cuando bajamos a Egipto y él me mandó prender como espía, pensé que sufría justamente y no me apesadumbré.

 

4 Pero José era hombre bueno y tenía el espíritu de Dios consigo. Era compasivo y misericordioso, por lo que no me guardaba rencor, sino que me mostró su afecto como al resto de mis hermanos.

 

5 Guárdense, pues, hijos míos, de toda clase de celos y envidias. Caminen con sencillez de espíritu, para que Dios derrame sobre sus cabezas gracia, gloria y bendición, como han visto en José.

 

6 Nunca en su vida nos reprochó esta acción, sino que nos amó como a sí mismo, nos honró más que a sus propios hijos y nos concedió riquezas, rebaños y frutos de la tierra.

7 Hijos míos queridísimos, amen cada uno a su hermano con corazón bondadoso y aparten de ustedes al espíritu de la envidia.

 

8 Éste hace al alma salvaje, destroza el cuerpo, infunde en la mente ira y ardor guerrero, la exacerba hasta derramar sangre, pone al pensamiento fuera de sí y no permite que la sabiduría actúe en los hombres. Ahuyenta el sueño, agita al alma y hace temblar al cuerpo.

 

9 Incluso durante el sueño, cierto deseo del mal le corroe con sus fantasías, perturba el alma con malos espíritus y estremece al cuerpo. El alma se despierta del sueño agitada y aparece así ante los hombres como poseedora de un espíritu malvado y ponzoñoso.

 

Cap. 5

 

1 Como no habitaba en él ningún mal, era José de hermosa figura y bello de aspecto, pues el rostro traiciona la inquietud del espíritu.

 

2 Hijos míos, hagan virtuosos sus corazones ante el Señor, enderecen sus caminos ante los seres humanos y hallarán gracia ante Dios y los hombres.

 

3 Guárdense de la fornicación, pues es ella la madre de todos los males, aparta de Dios y acerca a Beliar.

 

4 He leído en el Libro de Enoc que ustedes y sus hijos perecerán por la fornicación y que ellos intentarán hacer el mal a Leví con la espada.

 

5 Pero no podrán nada contra él, pues peleará la batalla de Dios y vencerá a todos sus ejércitos.

 

6 Subsistirán sólo unos pocos divididos entre Leví y Judá, y ninguno de ustedes logrará el mando, como lo profetizó mi padre Jacob en sus bendiciones.

 

Cap. 6

 

1 Ved que se los he anunciado todo de antemano para quedar exonerado de sus pecados.

 

2 Pero si erradican de ustedes la envidia y la dureza de corazón, florecerán como una rosa mis huesos en Israel, y mi carne como un lirio en Jacob; mi aroma será como el del Líbano; y los santos que de mí salgan se multiplicarán para siempre como cedros, y sus ramas se extenderán a gran distancia.

 

3 Entonces perecerá el linaje de Canaán, y a Amalec no le quedará ningún resto;

perecerán todos los capadocios, y todos los heteos serán aniquilados.

 

 

4 Desfallecerá la tierra de Cam, y todo ese pueblo perecerá. Entonces descansará la tierra de turbación, y de guerra todo lo que hay bajo el cielo.

 

5 Entonces Sem será cubierto de gloria, porque el Señor Dios, el grande de Israel,

aparecerá sobre la tierra salvando por sí mismo a Adán.

 

6 Todos los espíritus del error serán pisoteados, y los seres humanos reinarán sobre los malos espíritus.

 

7 Entonces resucitaré con alegría y alabaré al Altísimo por sus maravillas.

 

Cap. 7

 

1 Ahora, hijos míos, obedezcan a Leví y a Judá. No se levanten contra estas dos tribus, porque de ellas surgirá la salvación de Dios.

 

2 Porque el Señor suscitará de Leví como un sumo sacerdote, y de Judá un rey. Éste salvará al pueblo de Israel.

 

3 Por ello les prescribo todas estas cosas, para que ustedes las transmitan a sus hijos a fin de que las guarden por siempre.

 

Cap.8

1 Acabó Simeón de impartir estas recomendaciones a sus hijos y se durmió con sus padres a la edad de ciento veinte años.

 

2 Sus hijos lo depositaron en un ataúd de madera incorruptible para transportar luego sus huesos a Hebrón y, durante la guerra de Egipto, los llevaron allí ocultamente.

 

3 Pero los egipcios custodiaban los huesos de José en las cámaras de los reyes,

 

4 pues los magos les habían dicho que, cuando salieran sus huesos, habría en Egipto oscuridad y tinieblas, un gran castigo para los egipcios, tanto que ni aun con una antorcha podría cada uno reconocer a su hermano.

 

Cap. 9

 

1 Los hijos de Simeón lloraron a su padre conforme a las leyes del duelo y permanecieron en Egipto hasta el día de su salida por mano de Moisés.

 

 

 

 

 

 

 
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