TESTAMENTO DE GAD
Cap. 1
1 Copia del testamento de Gad,
de las palabras que dirigió a sus hijos cuando tenía ciento veinticinco años.
Les dijo:
2 Yo fui el noveno hijo de Jacob y era un
valiente guardando los rebaños.
3 Vigilaba de noche el rebaño, y cuando se
acercaba un león, lobo, pantera, oso u otra fiera al aprisco, la perseguía, la
cogía con mi mano por una pata y, haciéndola girar, la dejaba aturdida, la
perseguía luego a lanzazos durante dos estadios y así acababa con ella.
4 José permaneció con nosotros durante treinta
días guardando los rebaños, pero como era delicado, enfermó por el calor.
5 Se volvió entonces a Hebrón, junto a su
padre. Éste hizo que se recostara junto a él porque le amaba.
6 Dijo José a nuestro padre: Los hijos de Zelfa y de Bala sacrifican lo mejor del ganado y se lo
comen, contra la opinión de Judá y Rubén.
7 Él había visto que yo había arrancado un
cordero de la boca de un oso, que había matado a éste, sacrificado al cordero con
gran tristeza, ya que no podía vivir más y que nos lo habíamos comido. Y José
se lo había dicho a nuestro padre.
8 Yo estaba irritado contra él por esta acción
hasta el día de su venta a Egipto.
9 El espíritu del odio residía en mí y no
deseaba ni ver ni oír hablar de José. Incluso nos reprendía porque habíamos
comido las crías sin Judá. Y en todo lo que hablaba a nuestro padre lo
convencía.
Cap. 2
1 Confieso ahora mi pecado, hijos míos, porque
quise muchas veces acabar con él; le odiaba con toda mi alma, y en mis entrañas
no había hacia él ningún sentimiento de compasión.
2 Mi odio aumentaba también por sus ensueños y
deseaba borrarle de la tierra de los vivos como un ternero arranca la hierba
del suelo.
3 Por esta razón, Judá y yo lo vendimos a los
ismaelitas por treinta monedas de oro. Ocultamos diez y mostramos a nuestros
hermanos las veinte restantes.
4 Así, por avaricia, di cumplimiento a la idea
de aniquilarle.
5 Pero el Dios de mis padres lo salvó de mis
manos para que no llegara a cometer una impiedad en Israel.
Cap. 3
1 Prestad oídos, hijos míos, a mis rectas
palabras, para que practiquen la justicia, cumplan toda la ley del Altísimo y
no se dejen engañar por el espíritu del odio, porque es éste un mal que invade
todas las acciones de los hombres.
2 Todo lo que se haga es malo a los ojos de
quien está lleno de odio. Si alguien cumple la ley del Señor, no lo alaba; si
otro teme al Señor y desea lo justo, no le gusta.
3 Vitupera la verdad, envidia a quien prospera,
saluda a la calumnia y ama el orgullo. El odio ciega su alma; de esta manera
veía yo a José.
Cap. 4
1 Guárdense, pues, hijos míos, del odio, porque
comete impiedades, incluso contra el Señor.
2 No quiere prestar oídos a las palabras de sus
preceptos sobre el amor al prójimo y peca contra Dios.
3 Si un hermano da un mal paso, desea enseguida
anunciárselo a todos y se apresura para que sea juzgado y muera por ello
castigado.
4 Si se trata de un siervo, lo arroja ante su
señor y maquina con toda clase de presiones a ver si puede matarlo.
5 El odio colabora con la envidia contra los
que tienen éxito; oyendo y contemplando sus progresos, se siente enfermo.
6 El amor quiere incluso resucitar a los
muertos y anhela retener en la vida a los que se hallan en trance de perecer;
el odio, por el contrario, desea matar a los que viven y no quiere dejar vivir
a los que han errado mínimamente.
7 El espíritu del odio, con su estrechez de
miras, colabora con Satanás en todo para procurar la muerte a los hombres. El
espíritu del amor, por el contrario, con su amplitud de corazón, colabora con
la ley de Dios para la salvación de los hombres.
Cap. 5
1 Malo es el odio porque se une continuamente
con la mentira, habla contra la verdad, hace grande lo pequeño, presenta la
oscuridad como luz, afirma que lo dulce es amargo, enseña la calumnia, ira,
hostilidad, violencia y todo cúmulo de males, y llena el corazón de diabólico
veneno.
2 Todo esto se los digo, hijos míos, por propia
experiencia, para que se aparten del odio y se apeguen al amor del Señor.
3 La justicia expulsa al odio y la humildad lo
aniquila. El justo y el humilde se avergüenzan de cometer injusticia, no porque
alguien lo acuse, sino por su propio corazón, porque el Señor custodia su
mente.
4 No calumnia a ningún hombre, porque el temor
del Señor vence al odio.
5 Por miedo a ofender a Dios, no desea en
absoluto hacer injusticia a ningún hombre, ni aun con el pensamiento.
6 De todo esto me di cuenta al final, después
de arrepentirme de lo de José.
7 El verdadero arrepentimiento según Dios destruye
la ignorancia, pone en fuga las tinieblas, ilumina los ojos, proporciona
conocimiento al alma y conduce la mente hacia la salvación,
8 pues lo que no aprende de los hombres lo
conoce por el arrepentimiento.
9 El Señor me atribuló con una dolencia hepática.
Y poco habría faltado para que mi espíritu se apartara de mí de no mediar las
plegarias de Jacob, mi padre.
10 Pues en lo que el hombre peca, ahí recibe su
castigo.
11 Como mi interior se comportaba sin piedad
para con José, fui condenado a sufrir sin piedad en mis entrañas durante once
meses, el mismo tiempo que mantuve mi postura con José hasta que fue vendido.
Cap. 6
1 Ahora, hijos míos, que cada uno ame a su hermano;
arranquen, el odio de sus corazones amándose unos a otros con obras, palabras y
pensamientos.
2 Porque yo, en presencia de mi padre, hablaba
palabras de paz a José. Pero, cuando salía, el espíritu del odio entenebrecía
mi mente y turbaba mi alma con el deseo de aniquilarlo.
3 Ámense, pues, de corazón unos a otros, y si
alguno comete una falta contra ti, díselo con paz, apartando el veneno del odio
sin mantener el engaño en tu alma. Y si tras confesar su culpa se arrepintiere,
perdónale.
4 Si la niega, no entres con él en disputa, no
sea que se empecine entre juramentos y cometas tú una doble falta.
5 Pero si lo niega y se avergüenza de sentirse
reprobado, quédate tranquilo y no continúes arguyéndole, pues el que niega, da
muestras de arrepentimiento. No te ofenderá más, sino que te honrará, te temerá
y mantendrá la paz contigo.
6 Pero si es un desvergonzado y persiste en la
maldad, perdónale de corazón y deja a Dios la venganza.
Cap. 7
1 Si alguno prospera más que ustedes, no se
entristezcan, sino rueguen por él para que progrese hasta el final, quizá les
convenga así a ustedes.
2 Si es ensalzado sobremanera, no sientan
envidia, recordando que todo hombre ha de morir. Entonen, por el contrario, un
himno al Señor, que concede cosas buenas y convenientes a todos los hombres.
3 Investiga los juicios del Señor, y él no te
abandonará y proporcionará paz a tu mente.
4 Si alguno se enriquece gracias a sus malvadas
acciones, como Esaú mi tío, no le tengan envidia: esperen a que el Señor le ponga
coto,
5 pues le arrebata su hacienda entre males, o
le concede su perdón si se arrepiente, o le reserva para un castigo eterno.
6 El pobre y carente de envidia, que da gracias
al Señor por todo, es más rico que los demás, porque carece de las perversas
preocupaciones de los hombres.
7 Arranquen, pues, el odio de sus almas y
ámense unos a otros con rectitud de corazón.
Cap. 8
1 Transmitan también estas cosas a sus hijos, para
que honren e Judá y a Leví, porque de ellos hará
surgir el Señor al Salvador de Israel.
2 Sé que al final se apartarán de ellos sus
hijos y vivirán ante el Señor en toda clase de maldad, perversión y corrupción.
3 Tras reposar un momento, volvió a hablarles:
Hijos míos, obedezcan a su padre: entiérrenme cerca de mis progenitores.
4 Encogió sus pies y se durmió en paz.
5 Cinco años después, lo subieron y lo
sepultaron en Hebrón, junto a sus
padres.